7.3.12

El Principito Y La Flor

Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?


Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que mire las estrellas para ser dichoso. Puede decir
satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¿¡Y esto no es importante!?
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.


"la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…". No sabía qué decirle, cómo consolarlo y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!


Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquella había germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el principito había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía el convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde.
¡Ah, era muy coqueta aquella flor!


La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:
— ¡Ah, perdóname… apenas acabo de despertarme… estoy toda despeinada…!
El principito no pudo contener su admiración:
— ¡Qué hermosa eres!
— ¿Verdad? — respondió dulcemente la flor —. He nacido al mismo tiempo que el sol.
El principito advirtió que ella no era muy modesta, ¡pero era tan conmovedora!


Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:
— ¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!
—No hay tigres en mi planeta — observó el principito — y, además, los tigres no comen hierba.
—Yo no soy una hierba — respondió dulcemente la flor.
—Perdóname...
—No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?
"Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta —pensó el principito—. Esta flor es demasiado complicada…"
—Por la noche me meterás bajo un globo… hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…
La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.
— ¿Y el biombo?
— Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme…
Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.
De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.
"Yo no debía hacerle caso — me confesó un día el principito — nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso…
Aquella historia de garras y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme".
Y me contó todavía:
“¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla".


Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo del globo, sintió ganas de llorar.
— Adiós — le dijo a la flor. Esta no respondió.
— Adiós — repitió el principito.
La flor tosió, pero no porque estuviera resfriada.
— He sido una tonta — le dijo al fin la flor —. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de reproches y quedó desconcertado, con el globo en la mano, no comprendiendo esta tranquila mansedumbre.
—Sí, yo te quiero — le dijo la flor—, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz. . . Y suelta de una vez ese globo; ya no lo quiero.
—Pero el viento...
—No estoy tan resfriada como para... El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
— Pero los animales...
—Será necesario que soporte dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las temo: yo tengo mis garras.
Y le mostraba ingenuamente sus cuatro espinas. Luego añadió:
—Y no prolongues más tu despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.
La flor no quería que la viese llorar: era tan orgullosa...


Una vez en al tierra sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la mora-da de los hombres.
— ¡Buenos días! — dijo.
Era un jardín cuajado de rosas.
— ¡Buenos días! — dijeron las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
— ¿Quiénes son ustedes? — les preguntó estupefacto.
— Somos las rosas — respondieron éstas.
— ¡Ah! — exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín!
“Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también... "
Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria." Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.


Entonces apareció el zorro:
— ¡Buenos días! — dijo el zorro.
— ¡Buenos días! — respondió cortésmente el principito que se volvió pe-ro no vio nada.
— Estoy aquí, bajo el manzano — dijo la voz.
— ¿Quién eres tú? — preguntó el principito —. ¡Qué bonito eres!
— Soy un zorro — dijo el zorro.
— Ven a jugar conmigo — le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
— No puedo jugar contigo — dijo el zorro —, no estoy domesticado.
— ¡Ah, perdón! — dijo el principito.


¿Qué significa "domesticar"? —preguntó el principito.
— Es una cosa ya olvidada — dijo el zorro —, significa "crear vínculos..."
— ¿Crear vínculos?
— Efectivamente, verás — dijo el zorro —. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
— Comienzo a comprender — dijo el principito —. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
— Es posible — concedió el zorro —


—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
— Por favor... domestícame — le dijo.
— Bien quisiera — le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
— Sólo se conocen bien las cosas que se domestican — dijo el zorro —.


De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
— ¡Ah! — dijo el zorro —, lloraré.
— Tuya es la culpa — le dijo el principito —, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
— Ciertamente — dijo el zorro.
— ¡Y vas a llorar!, — dijo él principito.
— ¡Seguro!
— No ganas nada.
— Gano — dijo el zorro — he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:


— Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.— dijo el zorro —


El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:


— No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
— Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el globo, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa.


Y volvió con el zorro.
— Adiós — le dijo.
— Adiós — dijo el zorro —. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...


El principito estaba cansado y se sentó; yo me senté a su lado y después de un silencio me dijo:
—Las estrellas son hermosas, por una flor que no se ve...
— Los hombres de tu tierra — dijo — cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
— No lo encuentran nunca — le respondí.
— Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
— Sin duda, respondí. 
Y el principito añadió:
— Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.
— ¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...